El fútbol más allá del juego: libertad y reinserción social.

Andrés Correa

Los integrantes de Sociales Fútbol en la entrada de la Penitenciaría.

Dentro del enorme Complejo Penitenciario N° 1 en Ezeiza yace un potrero de fútbol, donde los presos se organizaron y crearon un equipo: Fútbol Club Ezeiza, conformado en su totalidad por personas privadas de la libertad, incluidos el técnico, el preparador físico, los dos ayudantes de campo y el utilero. Gracias a «Sociales Fútbol» tuve la suerte de compartir un picado con los internos y terminar de comprobar que no existe práctica libertaria mejor que el fútbol.

De las peores miserias que puede padecer el ser humano, la pérdida de su libertad estaría entre las primeras. Caer bajo una institución carcelaria, en tutela del estado, debe ser un sufrimiento insoportable y con una herida irreparable, sin cicatrizar por el resto de la vida. Si a esto le sumamos las condiciones infrahumanas en las que se encuentran la mayoría de las cárceles, las escasas posibilidades de reinserción de los que pasan por ellas y la imperante cultura tumbera en la cual los presos se forman para salir en peores condiciones de socialización a las que tenían cuando ingresaron, el panorama dista de ser el mejor.

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 “Creo que todos podemos cometer errores, nosotros nos equivocamos y lo pagamos con esto”, nos dice Ricardo, DT del equipo Fútbol Club Ezeiza, concebido en el marco del programa “Un cambio por el fútbol”, en abril del 2010. Después de contarnos con orgullo los logros obtenidos en materia de socialización a través de este proyecto, decirnos que por esa cancha pasaron de visita jugadores de la talla de Rubén Botta o Marcos Rojo, Ricardo confiesa que su mayor victoria fue haber cambiado su imagen frente a su hijo –de 21 años- y lograr que ya no sienta más vergüenza por su padre. Nosotros, todos estudiantes de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, lo escuchamos atentamente en ronda sin juzgarlo: no estamos para eso. Tampoco sabemos cuál fue el delito que lo mantiene en prisión, ni qué cosas pasaron en su vida para que haya cometido lo que sea que cometió, si es que existe alguna relación.

Mientras algunos internos trabajan marcando con cal las líneas divisorias de la cancha, nosotros hacemos la entrada en calor a un costado. Los reclusos que no jugarán se acomodan alrededor, entre bancos y sillas; otros prenden el fuego en un rincón para cocinar las hamburguesas que almorzaremos más tarde. Después escucharé que los que están ahí pertenecen a los pabellones 1 y 2, y que no todos pueden jugar al fútbol ya que tienen que cumplir ciertos requisitos para gozar de ese beneficio. Ya está todo listo para empezar, entramos al potrero y nos saludamos los dos equipos. El campito es angosto y largo, para jugar de 8 y el arquero, completo de tierra y con tejidos que lo cubren en parte. Tras unas fotos entre todos los participantes la pelota empieza a girar.

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Como no pensar en la capacidad de desarrollo humano y social que genera el deporte en general y el fútbol en particular. Tanto a nivel físico como psicológico, los beneficios de la práctica deportiva deberían ser un derecho de todos. Si en mi vida el fútbol ocupa una parte muy importante, no logro si quiera pensar lo que implicará para esas personas privadas de su libertad. Mientras jugamos el partido, me entrego de lleno al poder de la pelota: me olvido que estoy en una penitenciaria, vigilado por uniformados, quienes son los rivales, ni pienso en que cuando el sol caiga deberán volver a la oscuridad de sus celdas. Jugar al fútbol es trasladarse a otra dimensión: cuando la caprichosa empieza a moverse nos cambia nuestra percepción del espacio, el cual se reduce a la superficie de la cancha; así como también del tiempo, equivalente a la duración del encuentro; los problemas quedan atrás y las cavilaciones se desvanecen.

Proponer al fútbol como práctica de reinserción social es entender su esencia. Aunque sea inútil quedarse con una única explicación sobre lo que significa este deporte, me gusta la propuesta por Dante Panzeri en su libro “Fútbol. Dinámica de lo impensado”. El periodista lo define como “…el más hermoso juego que haya conocido el hombre, y cómo concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la vida cooperativista”. Esta definición se puede separar en dos partes: Juego y concepción de juego. Trasladando la idea hacia el potrero de Ezeiza, podemos decir que a través de esta iniciativa se les está abriendo la posibilidad a los presos de disfrutar del mejor deporte creado en la historia de la humanidad, y, a su vez, como idea de juego, nos permite pensar en el efecto de socialización que puede tener sobre los internos. En el fútbol se aprenden valores como la amistad, el respeto, la solidaridad, el compañerismo, todos imprescindibles para imaginar una futura integración social de los internos. “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”, declaró alguna vez el escritor Albert Camus.

Aunque seamos responsables de nuestros actos y acciones, no somos culpables de las circunstancias que nos hicieron ser así. “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”, dijo Jean Paul Sartre, y cada persona que está en la penitenciaría tiene una historia de vida que desconocemos: muchos que se merecen la condena; otros injustamente encarcelados. Tantos más afuera que deberían estar encerrados. El partido quedó atrás y haber perdido no es más que un dato anecdótico. Nos estamos yendo del penal y ahora los presos juegan otro picado entre ellos. No piensan en la miserable vida que llevan en la prisión, ni en cuánto tiempo les queda para salir: en este momento son libres y sus mundos giran en torno a la pelota.

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